Ñòóäîïåäèÿ
rus | ua | other

Home Random lecture






Aprendiendo a volar


Date: 2015-10-07; view: 689.


-Antes de empezar revisaremos por última vez los aspectos técnicos -maulló Sabelotodo.

Desde la parte más alta de una estantería, Colonello, Secretario, Zorbas y Barlovento ob­servaban atentamente lo que ocurría abajo. Allí estaban Afortunada, de pie en el extremo de un pasillo que habían denominado pista de des­pegue, y Sabelotodo al otro extremo, incli­nado sobre el tomo doce, letra «L» de la en­ciclopedia. El volumen estaba abierto en una de las páginas dedicadas a Leonardo Da Vinci, y en ellas se veía un curioso artefacto bauti­zado «máquina de volar» por el gran maestro italiano.

-Por favor, comprobemos primero la estabilidad de los puntos de apoyo a y b -indicó Sabelotodo.

-Probando puntos de apoyo a y b -repitió Afortunada saltando primero sobre la pata izquierda y luego sobre la derecha.

-Perfecto. Ahora probaremos la extensión de los puntos c y d -maulló Sabelotodo, que se sentía tan importante como un ingeniero de la NASA.

-Probando extensión de los puntos c y d -obedeció Afortunada extendiendo las dos alas.

-¡Perfecto! -indicó Sabelotodo-o Repitamos todo una vez más.

-¡Por los bigotes del rodaballo! jDéjala volar de una vez! -exclamó Barlovento.

-¡Le recuerdo que soy responsable técnico del vuelo!-contestó Sabelotodo- Todo debe estar convenientemente asegurado, pues de lo contrario las consecuencias pueden ser terribles para Afortunada. ¡Terribles!

-Tiene razón. El sabe lo que hace -opinó Secretario.

-Es exactamente lo que yo iba a maullar -refunfuñó Colonello-. ¿Dejará usted alguna vez de quitarme los maullidos de la boca?

Afortunada estaba allí, a punto de intentar su primer vuelo, porque la última semana ha­bían ocurrido dos hechos que hicieron com­prender a los gatos que la gaviota deseaba vo­lar, aunque ocultara muy bien su deseo.

 

 

El primero ocurrió cierta tarde en que Afortunada acompañó a los gatos a tomar el sol en el tejado del bazar de Harry. Tras dis­frutar una hora de los rayos del sol, vieron a tres gaviotas volando arriba, muy arriba.

Se las veía hermosas, majestuosas, recorta­das contra el azul del cielo. A ratos parecían paralizarse, flotar simplemente en el aire con las alas extendidas, pero bastaba un leve mo­vimiento para que se desplazaran con una gracia y una elegancia que despertaban envidia, y daban ganas de estar con ellas allá arriba. De pronto los gatos dejaron de mirar al cielo y posaron sus ojos en Afortunada. La joven ga­viota observaba el vuelo de sus congéneres y, sin darse cuenta, extendía las alas.

-Miren eso. Quiere volar -comentó Co­lonello.

-Sí, es hora de que vuele -aprobó Zor­bas-. Ya es una gaviota grande y fuerte.

-Afortunada, ¡vuela! ¡inténtalo! -le animó Secretario.

Al oír los maullidos de sus amigos, Afortu­nada plegó las alas y se acercó a ellos. Se tum­bó junto a Zorbas y empezó a hacer sonar el pico simulando que ronroneaba.

El segundo hecho ocurrió al día siguiente, cuando los gatos escuchaban una historia de Barlovento.

- ... y como les maullaba, las olas eran tan altas que no podíamos ver la costa y, ¡por la grasa del cachalote!, para colmo de males te­níamos la brújula descompuesta. Cinco días y sus noches llevábamos en medio del temporal, sin saber si navegábamos hacia el litoral o si nos internábamos mar adentro. Entonces, cuando nos sentíamos perdidos, el timonel vio la bandada de gaviotas. ¡Qué alegría, compa­ñeros! Pusimos proa siguiendo el vuelo de las gaviotas y conseguimos llegar a tierra firme. ¡Por los colmillos de la barracuda! Esas gavio­tas nos salvaron la vida. Si no las hubiéramos visto, yo no estaría aquí maullándoles el cuento.

Afortunada, que siempre seguía con mu­cha atención las historias del gato de mar, lo escuchaba con los ojos muy abiertos.

-¿Las gaviotas vuelan en días de tormenta? -preguntó.

-¡Por las descargas de la anguila! Las gaviotas son las aves más fuertes del universo -aseguró Barlovento-. No hay pájaro que sepa volar mejor que una gaviota.

Los maullidos del gato de mar calaban muy profundamente en el corazón de Afortunada. Golpeaba el suelo con las patas y su pico se movía nervioso.

-¿Quieres volar, señorita? -inquirió Zor­bas.

Afortunada los miró uno a uno antes de responder.

-¡ Sí! ¡Por favor, enséñenme a volar!

Los gatos maullaron su alegría y enseguida se pusieron patas a la obra. Habían esperado largamente aquel momento. Con toda la pa­ciencia que caracteriza a los gatos habían es­perado a que la joven gaviota les comunicara sus deseos de volar, porque una ancestral sa­biduría les hacía comprender que volar es una decisión muy personal. Y el más feliz de todos era Sabelotodo, que ya había encontrado los fundamentos del vuelo en el tomo doce, letra «L» de la enciclopedia, y por eso se encargaría de dirigir las operaciones.

- ¡Lista para el despegue! -indicó Sabelo­todo.

-¡Lista para el despegue! -anunció Afortunada.

-Empiece el carrete o por la pista empujando para atrás el suelo con los puntos de apoyo a y b -ordenó Sabelotodo.

Afortunada empezó a avanzar, pero lenta­mente, como si patinara sobre ruedas mal en grasadas.

-¡Más velocidad! -exigió Sabelotodo.

La joven gaviota avanzó un poco más rápido.

-¡Ahora extienda los puntos c y d -instruyó Sabelotodo.

Afortunada extendió las alas mientras avanzaba.

-¡Ahora levante el punto e! -ordenó Sabelotodo.

Afortunada elevó las plumas de la rabadilla.

-¡Y ahora, mueva de arriba abajo los puntos c y d para empujar el aire hacia abajo y simultáneamente encoja los puntos a y b! -instruyó Sabelotodo.

Afortunada batió las alas, encogió las pa­tas, se elevó un par de palmos, pero de inme­diato cayó como un fardo.

De un salto los gatos bajaron de la estan­tería y corrieron hacia ella. La encontraron con los ojos llenos de lágrimas.

-¡Soy una inútil! ¡Soy una inútil! -repetía desconsolada.

-Nunca se vuela al primer intento, pero lo conseguirás. Te lo prometo -maulló Zorbas lamiéndole la cabeza.

Sabelotodo trataba de encontrar el fallo re­visando una y otra vez la máquina de volar de Leonardo.

Los gatos deciden romper el tabú

Diecisiete veces intentó Afortunada levan­tar el vuelo, y diecisiete veces terminó en el suelo luego de haber conseguido elevarse unos pocos centímetros.

Sabelotodo, más flaco que de costumbre, se había arrancado los pelos del bigote después de los doce primeros fracasos, y con maullidos temblorosos intentaba disculparse:

-No lo entiendo. He revisado la teoría del vuelo concienzudamente, he comparado las instrucciones de Leonardo con todo lo que sale en la parte dedicada a la aerodinámica, tomo uno, letra «A» de la enciclopedia, Y sin embargo no lo conseguimos. ¡Es terrible! ¡Terrible!

Los gatos aceptaban sus explicaciones, y toda su atención se centraba en Afortunada, que tras cada intento fallido se tornaba más triste y melancólica.

Después del último fracaso, Colonello de­cidió suspender los experimentos, pues su ex­periencia le decía que la gaviota empezaba a perder la confianza en sí misma, y eso era muy peligroso si de verdad quería volar.

-Tal vez no pueda hacerlo -opinó Secre­tario-. A lo mejor ha vivido demasiado tiempo con nosotros y ha perdido la capacidad de volar.

-Siguiendo las instrucciones técnicas y res­petando las leyes de la aerodinámica es posible volar. No olviden que todo está en la enciclo­pedia -apuntó Sabelotodo.

-¡Por la cola de la raya! -exclamó Barlo­vento-. ¡Es una gaviota y las gaviotas vuelan! -Tiene que volar. Se lo prometí a la madre y a ella. Tiene que volar -repitió Zorbas.

- Y cumplir esa promesa nos incumbe a todos -recordó Colonello.

-Reconozcamos que somos incapaces de enseñarle a volar y que tenemos que buscar ayuda allende el mundo de los gatos -sugirió Zorbas.

-Maúlla claro, caro amico. ¿Adónde quie­res llegar? -preguntó serio Colonello.

-Pido autorización para romper el tabú por primera y última vez en mi vida -solicitó Zorbas mirando a los ojos a sus compañeros. -¡Romper el tabú! -maullaron los gatos sacando las garras y erizando los lomos.

«Maullar el idioma de los humanos es tabú.» Así rezaba la ley de los gatos, y no por­que ellos no tuvieran interés en comunicarse con los humanos. El gran riesgo estaba en la respuesta que darían los humanos. ¿Qué ha­rían con un gato hablador? Con toda seguri­dad lo encerrarían en una jaula para someterlo a toda clase de pruebas estúpidas, porque los humanos son generalmente incapaces de acep­tar que un ser diferente a ellos los entienda y trate de darse a entender. Los gatos conocían, por ejemplo, la triste suerte de los delfines, que se habían comportado de manera inteligente con los humanos y éstos los habían conde­nado a hacer de payasos en espectáculos acuá­ticos. Y sabían también de las humillaciones a que los humanos someten a cualquier animal que se muestre inteligente y receptivo con ellos. Por ejemplo, los leones, los grandes fe­linos obligados a vivir entre rejas y a que un cretino les meta la cabeza en las fauces; o los papagayos, encerrados en jaulas repitiendo ne­cedades. De tal manera que maullar en el len­guaje de los humanos era un riesgo muy grande para los gatos.

-Quédate junto a Afortunada. Nosotros nos retiramos a debatir tu petición -ordenó Colonello.

Largas horas duró la reunión a puerta cerra­da de los gatos. Largas horas durante las cuales Zorbas permaneció echado junto a la gaviota, que no ocultaba la tristeza que le producía el no saber volar.

Era ya de noche cuando acabaron. Zorbas se acercó a ellos para conocer la decisión.

-Los gatos del puerto te autorizamos a romper el tabú por una sola vez. Maullarás con un solo humano, pero antes decidiremos entre todos con cuál de ellos -declaró so­lemne Colonello.

La elección del humano

No fue fácil decidir con qué humano mau­llaría Zorbas. Los gatos hicieron una lista de todos los que conocían, y fueron descartándolos uno tras otro.

-René, el chef de cocina, es sin duda un humano justo y bondadoso. Siempre nos re­serva una porción de sus especialidades, las que Secretario y yo devoramos con placer. Pero el buen René sólo entiende de especias y peroles, y no nos sería de gran ayuda en este caso -afirmó Colonello.

-Harry también es buena persona. Comprensivo y amable con todo el mundo, incluso con Matías, al que disculpa tropelías terribles, ¡terribles!, como bañarse en pachulí, ese per­fume que huele terrible, ¡terrible! Además Harry sabe mucho de mar y navegación, pero de vuelo creo que no tiene la menor idea -co­mentó Sabelotodo.

-Cado, el jefe de mozos del restaurante, asegura que le pertenezco y yo dejo que lo crea porque es un buen tipo. Lamentablemente él entiende de fútbol, baloncesto, voleibol, carre­ras de caballos, boxeo y muchos deportes más, pero jamás le he oído hablar de vuelo -in­formó Secretario.

-¡Por los rizos de la anémona! Mi capitán es un humano dulcísimo, tanto que en su úl­tima pelea en un bar de Amberes se enfrentó a doce tipos que lo ofendieron y sólo dejó fuera de combate a la mitad. Además, siente vértigo hasta cuando se sube a una silla. ¡Por los tentáculos del pulpo! No creo que nos sirva -decidió Barlovento.

-El niño de mi casa me entendería. Pero está de vacaciones, ¿y qué puede saber un niño de volar? -maulló Zorbas.

-Parca miseria!, se nos acabó la lista -re­zongó Colonello.

-No. Hay un humano que no está en la lis­ta -indicó Zorbas-. El que vive donde Bubulina.

Bubulina era una bonita gata blanquinegra que pasaba largas horas entre las macetas de flores de una terraza. Todos los gatos del puerto pasaban lentamente frente a ella, lu­ciendo la elasticidad de sus cuerpos, el brillo de sus pieles prolijamente aseadas, la longi­tud de sus bigotes, el garbo de sus rabos tie­sos, con intención de impresionada, pero Bu­bulina se mostraba indiferente y no aceptaba más que el cariño de un humano que se ins­talaba en la terraza frente a una máquina de escribir.

Era un humano extraño, que a veces reía después de leer lo que acababa de escribir, y otras veces arrugaba los folios sin leer los. Su terraza estaba siempre envuelta por una mú­sica suave y melancólica que adormecía a Bu­bulina, y provocaba hondos suspiros a los ga­tos que pasaban por allí.

-¿El humano de Bubulina? ¿Por qué el? -consultó Colonello.

-No lo sé. Ese humano me inspira confianza -reconoció Zorbas-. Le he oído leer lo que escribe. Son hermosas palabras que ale­gran o entristecen, pero siempre producen pla­cer y suscitan deseos de seguir escuchando.

-¡Un poeta! Lo que ese humano hace se llama poesía. Tomo diecisiete, letra «P» de la enciclopedia -aseguró Sabelotodo.

-¿Y qué te lleva a pensar que ese humano sabe volar? -quiso saber Secretario.

-Tal vez no sepa volar con alas de pájaro, pero al escuchado siempre he pensado que vuela con sus palabras -respondió Zorbas. -Los que estén de acuerdo con que Zorbas maúlle con el humano de Bubulina que levan­ten la pata derecha -ordenó Colonello.

Y así fue como le autorizaron a maullar con el poeta.


<== previous lecture | next lecture ==>
Afortunada, de verdad afortunada | Una gata, un gato y un poeta
lektsiopedia.org - 2013 ãîä. | Page generation: 0.7 s.